Muchos padres llegan a nosotros tras un largo recorrido por distintas clínicas de reproducción asistida. Después de múltiples fecundaciones in vitro y transferencias embrionarias fallidas, reciben un diagnóstico claro: por diferentes motivos (edad de la madre, riesgo de transmitir una enfermedad o baja calidad ovocitaria), no se pueden utilizar los óvulos propios. En estos casos, la única opción ha sido recurrir a una donante.
Para muchas mujeres, esto supone un golpe emocional, ya que sienten que renuncian a su herencia genética. Hasta hace poco, era inevitable: si las mitocondrias de los ovocitos no funcionaban bien, no había alternativa.
Hoy, gracias al trasplante pronuclear (o su variante, el trasplante de huso meiótico), es posible utilizar los óvulos propios, incluso cuando las mitocondrias no son viables.
Incluso en mujeres sanas, puede ocurrir que el ADN mitocondrial suponga un riesgo para la salud del bebé. Aquí entra en juego la ciencia con una solución que parecía imposible: el trasplante pronuclear, también conocido como “la técnica de los tres padres”. Combinada con la gestación subrogada (aunque también aplicable en reproducción asistida clásica), abre la puerta a tener hijos sanos donde antes no era posible.
Spoiler: el bebé no tiene tres padres. Sus rasgos genéticos provienen de mamá y papá. La donante solo aporta un “motor” sano (mitocondrias), que asegura el correcto funcionamiento celular.
¿Por qué hablamos de gestación subrogada?
Quienes recurren a la gestación subrogada suelen hacerlo porque no pueden llevar un embarazo o no deberían hacerlo por motivos de salud. Si, además, existe riesgo de transmitir una enfermedad mitocondrial, el trasplante pronuclear se convierte en una herramienta clave: se crea un embrión con el ADN nuclear de los padres y mitocondrias sanas de la donante. Ese embrión se transfiere al útero de la gestante, logrando un bebé genéticamente de los padres y libre de la enfermedad.
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Piensa en una célula como una casa. Dentro hay un núcleo (la biblioteca con casi toda la información: color de ojos, altura, etc.) y unas pequeñas “baterías” llamadas mitocondrias, que dan energía. En algunas mujeres, esas baterías llevan un error que puede causar enfermedades muy serias en los hijos.
El trasplante pronuclear lo que hace es mantener el núcleo de los padres, pero cambiar las baterías por unas sanas, que pone una donante.
Es una micromanipulación delicada en laboratorio. Por eso se requiere equipo experto y protocolos afinados.
Las mitocondrias producen ATP, la energía que mueve todo en la célula. Están en casi todas nuestras células y tienen su propio ADN mitocondrial, distinto del nuclear. Se hereda solo por vía materna. Si ese ADN viene con un error, puede dar enfermedades graves que afectan músculos, cerebro, corazón… y no hay cura definitiva. La solución es evitar que ese error pase al bebé.
Además, con la edad, las mitocondrias del óvulo pierden potencia y pueden aumentar los fallos de división en los embriones. Usar mitocondrias jóvenes (de donante) ayuda a que más embriones lleguen a blastocitos y sean euploides (con la dotación cromosómica correcta).
Hay dos grandes técnicas para evitar que las mitocondrias con mutación pasen al bebé:
Ambas buscan lo mismo. La elección depende del caso, la calidad ovocitaria, el historial de fecundación y lo que el equipo clínico considere más seguro.
En los estudios realizados en una serie de 29 pacientes con transferencia pronuclear se observó:
Además, se describe algo importante: incluso en mujeres >42 años, se observaron tasas de euploidia elevadas (por encima de lo esperado para esa edad), probablemente porque las mitocondrias donadas aportan energía suficiente para la correcta división celular.
Traducción simple: más embriones llegan bien y más de esos embriones son genéticamente correctos.